Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

martes, 10 de septiembre de 2013

La estafa (II)

    Madre mía.  Es incluso más guapo de lo que había pensado en un primer momento. Tiene el pelo muy oscuro y ensortijado, los ojos de un verde intenso, la nariz afilada y los labios perfectos. Parece el David de Miguel Ángel, además es altísimo. ¿Qué hace aquí? Supongo que también vendrá por la entrevista, pero ¿por qué querría alguien así trabajar como abogado del estado? Por lo que me han contado, no hay cosa más aburrida en el mundo, pero en fin, el resto de los mortales estamos condenados al aburrimiento. Sin embargo él podría ser actor o modelo, no tendría por qué vivir una vida tediosa rodeado de papeles, cuentas e información sobre el gobierno. Tal vez también sea un cerebrito de estos que se saben la constitución de la A a la Z y tiene un talento natural para el derecho y los juicios. Quién sabe. De cualquier manera, seguro que es un creído prepotente que ni siquiera se digna a hablar conmigo. Bah, que haga lo que quiera. Tampoco es tan impresionante, y muy probablemente sea un borde monumental.
   De repente, se sienta a mi lado y se quita la chaqueta del traje, dejando entrever unos bíceps dignos de admiración. En la muñeca izquierda luce un reloj de plata impoluto, idéntico a uno de los Rólex de la lujosa tienda en la que me paré antes. Se estira en el sofá de la oficina como si fuera lo más natural del mundo y me dedica una sonrisa enternecedora.
- Eres Miranda, ¿no? ¿Estás aquí por la vacante que ha salido?- asiento con la cabeza, tímida- Yo también, no sabes lo que me ha costado llegar aquí, ¡me he perdido cuatro veces! Esta ciudad es muy liosa, la verdad, nada que ver con París, es mucho más simple y todo es fácil de encontrar. Pero qué se le va a hacer, ahora estoy aquí, intentando conseguir un puesto de abogado al lado de una belleza española. Tampoco me voy a quejar.
    ¿Perdón? El hombre más guapo (y hablador) que he visto en toda mi vida me acaba de lanzar un piropo? ¿A mí? ¿A un saco de patatas sin solución que no es capaz de maquillarse sola ni andar más de dos metros con tacones?
    Me recuerdo a mí misma que ahora soy la nueva Miranda, y es natural para la nueva Miranda recibir adulaciones de Mister Increíble. Cada vez me gusta más ser la nueva Miranda.
    Sonrío sin dificultad y decido ser encantadora:
- ¿París? Vaya, me encanta esa ciudad, solía ir mucho cuando era más joven. Paseaba por el Sena, visité Notredame y, cómo no, el Louvre, ¡qué museo más interesante!- Como si hubiera pisado París en mi vida. Por suerte, mi amiga Carla nació allí y me ha contado miles de historias sobre la "Ciudad del Amor". Si todos los franceses son tan agraciados como mi nuevo amigo Gabriel, ya sé a que le debe París su segundo nombre.
- Ah, el Louvre, es precioso. Pasé gran parte de mi niñez en ese museo, me fascina la magia que encierran sus paredes, es como si te quedaras atrapado dentro y no pudieses salir.
  Suspira melancólico y me siento obligada a comentar su nostalgio.
-Sí, mmm... es muy bonito, pero casi prefiero el Prado. ¿Lo has visitado ya?
  ¡Qué buena! Cambiar de tema a uno más conocido pero igualmente "culto e interesante". Puntazo para la nueva Miranda.
- ¡Claro que sí! Llevo ya casi tres años en España, estudié aquí el máster de Derecho Internacional, en la Universidad Autónoma, ¿la conoces?
- Sí,sí. ¡Yo también estudié allí! Pero hice el máster Europeo.
- En serio, ¿de Derecho?
- Sí, claro.
- Qué curioso, ahora que lo pienso, me suena verte por el campus de vez en cuando. ¡El mundo es un pañuelo!
    ¿Hemos estudiado juntos? A ver, razonemos: es completamente imposible que haya estado más de un año a menos de cien metros de alguien tan escultural y no me haya percatado de su presencia. Además, ha dudado un pelín antes de "reconocerme", como si se lo estuviera inventando.
   Aparto ese desconcertante pensamiento de mi mente en cuanto un individuo bajito, rechoncho, canoso, con una espesa barba blanca y aspecto bonachón irrumpe precipitadamente en la sala. Parece uno de los enanitos de Blancanieves.
- Disculpen la tardanza, señores míos, soy Alfredo Diéguez, director y propietario de "Abogados Diéguez" obviamente, aunque ahora que tenemos que trabajar con nuestro querido gobierno las cosas no están tan claras, me temo, pero ese es otro tema. Pasen a mi despacho, por favor.
    Gabriel y yo intercambiamos una mirada divertida, ¡qué personaje más dinámico! Le seguimos precipitadamente y llegamos a un cuarto bastante más pequeño que la sala de los sillones pero no menos acogedor. Las paredes están tapizadas con madera y de ellas cuelgan cuadros barrocos, nada parecidos a los anteriores. Cerca de la ventana hay una enorme mesa de madera de roble, y sobre ella reposan un diminuto ordenador MAC y un montón de papeles. Nos sentamos en dos sillas de cuero, idénticas a la del señor Diéguez, que refunfuña sobre el tiempo, la crisis, los políticos, su mujer, los políticos de nuevo y varios temas más.
   - ¿No deberíamos hacer la entrevista de individualmente?- pregunto, extrañada.
El director me mira como si estuviera loca y responde airadamente:
   - ¿Entrevista? No vamos a hacer ninguna entrevista, ¡qué tontería! Ustedes dos ya están contratados, por eso les hemos hecho venir hoy, para explicarles las normas y lo que van a hacer durante los próximos meses. Van a trabajar juntos en el caso Crème, estoy seguro de que ya lo conocen por los periódicos. Pues bien, Claire Charron, la directora de "la Banque d'aujourd'hui", nos ha contratado para realizar la acusación contra Jaime Alberola, el empresario que robó los diez millones de euros a su banco. Por supuesto, nuestro bufete nunca ha perdido ningún caso y confiamos en que el listón no esté muy alto para ustedes. Señor Perrin, como experto en derecho francés, usted estudiará la situación desde el punto de vista legal galo; y usted,señorita Herrero, se centrará en el español. El sueldo es de dos mil quinientos euros al mes, si ganan el caso tres mil. Tienen derecho a veintisiete días de vacaciones al año y una cesta por Navidad. Como supongo que ya sabrán, toda su investigación es secreto profesional y si se filtra algo corrren ustedes riesgo de despido. Asumo que aceptan el trabajo. ¿Alguna duda?
    Mi nuevo compañero y yo volvemos a mirarnos, esta vez perplejos. ¿Ya estamos contratados? ¿Por dos mil quinientos euros al mes? ¡Pues claro que acepto el trabajo! Gabriel parece leerme la mente, porque suelta una risita nerviosa y pregunta:
  - ¿Dónde hay que firmar?

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