Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La estafa (III)

    Definitivamente, hoy está siendo uno de los mejores días de mi vida. ¡No sólo he conocido al hombre de mis sueños, sino que además voy a trabajar con él! Por mi mente pasan imágenes románticas de comedias americanas sobre parejas que comparten vida las veinticuatro horas del día y acaban enamorándose. Espero que a nosotros nos pase lo mismo.
    Nos imagino tirados en mi sofá, revisando el caso; cenando en un restaurante refinado para concretar los detalles antes del juicio o simplemente en la mesa de su cocina (que en mi cabeza está perfectamente decorada y parece sacada de un catálogo de Ikea), engullendo Nutella o cualquier otra variante de chocolate. A mi alrededor retumba la melodía de "Love is in the air", el tesoro de los Beatles y muevo los dedos de los pies para marcar el ritmo.
    Pero de repente un brusco empujón me arranca de mis fantasías. Desconcertada, me giro y recibo una indiferente mirada de Gabriel, casi llena de desprecio. ¡Pero si hace un momento era un encanto! Nah, será una impresión mía. Como buena profesional que soy, le dirijo una sonrisa que invita a trabajar conmigo, con la brillante abogada Herrero. Pero esta vez estoy segura de recibir una hostil ojeada de mi compañero, que ni siquiera sonríe. ¿Se puede saber qué le pasa? Tal vez si intento sacar algún tema de conversación que le interese vuelve a ser adorable...
- Mmmm, ¿qué te parece el caso?
-Fácil.
Vaya, qué respuesta más expresiva.
-¿Sabías algo sobre Charron y Alberola antes? Yo había escuchado un poco en las noticias.
Puede que me lo esté imaginando, pero me parece que un ínfimo destello de miedo recorre sus ojos antes de responder, algo nervioso:
-Algo, no mucho.
-Ya- murmullo, vacilante.
    Sin venir a cuento, Gabriel agarra su cartera con las dos manos, como si temiera que se la quitase alguien, y con una breve inclinación de cabeza a modo de despido sale disparado por la puerta del piso. Me quedo perpleja en el recibidor, intentando encontrar una explicación a su desconcertante comportamiento. ¡No tiene sentido! ¿Cómo puede cambiar tanto? Antes de entrar al despacho no paraba de hablar y ahora apenas me dirige la palabra. Bueno, tampoco es que hayamos tenido oportunidad de charlar detenidamente, tendría prisa. Sí, seguramente debía marcharse rápidamente por una cita con el médico, o para recoger a su madre de... de dónde sea que esté su madre. No hay por qué preocuparse.
   Farfullo un cortante adiós y bajo trotando las escaleras. Ahora que lo pienso, ¡me han dado el trabajo! Por culpa de Gabriel (o tal vez gracias a él) ni siquiera me había percatado de mi hazaña. ¡Tengo trabajo! ¡Y un sueldo genial! Me siento tremendamente afortunada y por un momento solo pienso en gritar suerte a los cuatro vientos, así que me apresuro en llegar a casa y llamar a mi madre; pero tras el cuarto intento fallido decido salir un rato al parque más cercano a mi edificio para respirar aire fresco. Me pongo unos vaqueros gastados y una camiseta desteñida y corro fuera de casa. El viento me azota la cara, parece intentar advertirme algo, aunque nada puede sacarme del éxtasis en el que me encuentro: una parte de mí estaba convencida de que no iba a conseguir el trabajo, tal y como pasó en los seis últimos intentos. Nada más ver esa manchita, o más bien manchurrón, en mi historial, el entrevistador arqueaba las cejas y me despedían con el terrible "Ya te llamaremos" que nunca se cumple.
   Sin embargo, esta vez ha sido diferente, esta vez me han aceptado, ¡sin el más mínimo esfuerzo! Sonrío abiertamente a dos perros que juegan despreocupadamente, moviendo el rabo con alegría. La imagen, aunque ridícula, es cómica, y suelto una ligera carcajada desde el banco donde me he asentado. De repente me doy cuenta de que, pese a que no son más de las siete, estoy agotada y apenas puedo con mi cuerpo. Conteniendo un bostezo, me levanto estirándome y recorro el parque de vuelta a mi piso, aún sonriendo como una tonta ante mi suerte.
   Nada más llegar a casa, engullo rápidamente un taco precocinado y me acuesto sin quitarme la ropa. Sólo me da tiempo a cerciorarme de que la alarma está conectada y... caigo en un sueño profundo.

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