Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Con la verdad por delante (I)

      Pues eso. Que no siempre se puede controlar todo. Que a veces a la vida le da igual lo que tengamos pensado y da un vuelco inesperado. Que nunca llevamos a cabo nuestros planes como habíamos decidido. Que pueden salir mejor o salir peor, pero eso ya no está a nuestro alcance. Pues eso.

  Yo querría haber ido a Cambridge a estudiar Derecho. Tenía pensado hacer un Master en la London School of Economics y empezar a trabajar en un bufete de abogados de vuelta a España, mientras cultivaba mi relación con la maravillosa Ágata, que aún no se había percatado de mi existencia pero que lo haría dentro de poco. Estaba seguro. Lo tenía todo bajo control.

  Cariño, no es más que una revisión rutinaria. No te preocupes. Cariño, puede que haya dado positivo, pero seguramente sea un tumor benigno. No te preocupes. Cariño, se está expandiendo por el pulmón derecho pero te lo van a sacar pronto y mientras tanto tendrás que vivir en el hospital, donde estarás mejor atendido. No te preocupes. Cariño, las células cancerígenas están peligrosamente cerca de tu corazón y no reaccionas bien a la quimioterapia, pero ya lo solucionaremos. No te preocupes. Cariño, no tienes ni un diez por ciento de probabilidades de salir de esta, pero eres muy fuerte y todos confiamos en ti. No te preocupes. Cariño, te vas a morir en un mes. Preocúpate.

  Punto y final. Mis sueños, mis planes, mis miedos, mis deseos, mis aspiraciones, todo se fue a pique en el momento en el que mi madre entró en mi habitación con el doctor Martínez. Ella tenía los ojos llorosos y le temblaba la voz, mientras que el médico parecía haberse aprendido de memoria el ridículo discurso que pronunció a continuación. Bua, como si me importara lo más mínimo.

  Bueno, tenía diecisiete años y un tumor gigante dentro, pero me también la vitalidad  necesaria como para saber que si solo me quedaba un mes de vida no me lo podía pasar deprimido en una cama asquerosamente blanca en un hospital asquerosamente limpio. Así que me puse a pensar qué podría hacer. ¿Escalar el Everest? No, apenas podía levantarme de la cama sin tener que volver a sentarme enseguida por el cansancio. ¿ Mudarme al Caribe? Muy improbable. ¿Comprarme todos los skates que me gustaban? Casi que tampoco. ¿Aprender italiano, la lengua más bonita del mundo? Algo más posible, pero no. ¿Tocar el violín hasta que me sangrasen los dedos? Factible. ¿Reventar a base de brownies? Aceptable. ¿Montarme en todas las montañas rusas de España? Atractivo. ¿Despedirme de toda la gente a la que quiero? Perfecto.

  Y tras este corto razonamiento cogí papel y lápiz y comencé a escribir una lista con los nombres de todas las personas con las que querría hablar. Mis padres, mi hermana, mis abuelos, tíos, primos, David, mis demás amigos, algunos profesores… intenté reducir un poco el número de gente, pero aún así tocaba a más de tres por día. Bah, qué más daba; tampoco es que tuviera nada más qué hacer. Al lado de cada nombre anoté lo que más me gustaba de cada persona. Por ejemplo, optimismo para mi abuela, sinceridad para mi padre y valor para mi madre. Algunas veces me fue bastante difícil decidirme por una sola cualidad y llegué a apuntar hasta cinco virtudes (mi amigo Jaime), pero conseguí no escribir más de dos o tres para la mayoría.
           

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