Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Sigue nadando, sigue nadando (II)

Al llegar a una altísima valla electrificada nos entró el pánico. “¿Y ahora qué?” fue  probablemente el pensamiento que retumbó en los cerebros de todos nosotros. Por primera vez en toda la noche, el verdadero miedo se apoderó de mí y empecé a temblar. Temía que tuviéramos que regresar a casa sin más. ¿Había perdido todos mis ahorros en un sueño que ni siquiera había podido palpar con las yemas de los dedos? ¿De verdad?

Pero el coyote parecía conocer la zona perfectamente y sin más vacilación, nos llevó unos cien metros a la izquierda, donde había un minúsculo hueco en la verja, por donde fuimos pasando uno a uno, indicados por Manuel. Cuando ya no quedaba nadie al otro lado de la valla me di cuenta de que habíamos dejado Méjico atrás. La sorpresa me inundó por entero, seguida por una alegría sin mesura; como pude observar en las radiantes sonrisas de mis compañeras, no era la única que se había percatado de dónde estábamos. Nuestros ojos comenzaron a brillar, mostrando la felicidad que sentíamos, y un chico menudo comentó que ya se sentía estadounidense.

Sin embargo, el entusiasmo nos duró muy poco, pues nada más hacernos Manuel una seña para que continuáramos andando vislumbramos unas luces características de los coches de la policía norteamericana. Sin ningún miramiento, el coyote nos empujó detrás de unos arbustos, se sacó una pistola del bolsillo y apuntó a la muchacha que tenía más cerca con ella. “Un solo movimiento y la mato”, nos dijo con la mirada, y todos tragamos saliva aterrorizados. Por suerte, la policía no llegó a registrar la zona donde nos encontrábamos y veinte minutos después pudimos seguir con nuestro viaje. Toda la felicidad que nos había inundado hacía menos de una hora se había esfumado como por arte de magia y había sido reemplazada, al menos en mi caso, por un arrebato de pavor, miedo y nerviosismo. Ahora no sólo teníamos que preocuparnos por los agentes, sino también por nuestro guía. Estupendo.

Por suerte, durante el resto de la ruta no tuvimos ningún problema y llegamos a Harlingen antes del siguiente anochecer. Algo más tranquilos, decidimos asentarnos en un pequeño motel de carretera bastante cutre y apestoso, pues no llevábamos suficiente dinero como para poder permitirnos nada mejor. Pero ya nos daba igual. ¡Estábamos en los Estados Unidos de América! ¡Lo habíamos conseguido! En pocas semanas nos separaríamos y cada uno se tendría que buscar la vida por sí mismo, mas por ahora habíamos formado una piña inseparable: estábamos unidos por el miedo y atados por la esperanza.

Mirando atrás, me doy cuenta de que el viaje fue un caminito de rosas comparado con la búsqueda de trabajo y alojamiento. Nadie quería contratar a una chica mejicana recién llegada al país. Mis títulos y mi dominio del inglés no tenían la menor importancia, pues la mayoría de empresarios prefería contar con un nativo analfabeto antes de con una inmigrante cultivada. Me pasé seis meses vagando de un hospital a otro, distribuyendo currículums y contestando preguntas estúpidas. Mientras tanto, estuve trabajando de nuevo en una empresa de limpieza para poder sobrevivir; aunque, si por ellos fuera, ya me habría muerto hace mucho, pues el sueldo no me daba ni para una migaja de pan, y los pocos conocidos que tenía en la ciudad tuvieron que ayudarme bastante.

De cualquier manera, antes de las Navidades logré encontrar un puesto como ayudante de enfermera en un nuevo hospital muy cerca de la frontera. A las pocas semanas ya había alquilado un pequeño apartamento al lado de la clínica y conseguí reunir los ahorros suficientes para traer a mis padres y a mis abuelos a los Estados Unidos. Con total seguridad, el año que acababa de vivir había sido el más duro de mi vida y no lo repetiría por nada del mundo, pero había dado buenos resultados. Como premio a mi esfuerzo, el veinticuatro de Diciembre a las diez y media de la noche, toda mi familia estaba reunida a la mesa de mi pequeño piso, comiendo pavo y demás delicias novedosas para nosotros, charlando, cantando y riendo. El reflejo de la alegría en las caras de mis familiares se quedó grabado en mi memoria como una instantánea tomada con una cámara profesional, de manera que siempre puedo recordarla cuando, por algún que otro motivo, la tristeza se apodera de mí.

Esa noche, por primera vez en muchos años, me permití estar orgullosa de mí misma.




No hay comentarios:

Publicar un comentario