Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Con la verdad por delante (II)

     Cuanto más lo pensaba, más ridículo me parecía lo que iba a hacer, porque ¿de qué le vale a alguien saber lo maravilloso qué es? Ya es así de maravilloso aún sin saberlo. Por lo tanto, apunté también algunos factores en los que la gente debería mejorar para ser más felices. Teniendo en cuenta que yo ya era todo lo viejo que iba a llegar a ser, me sentía como un erudito de la vida. Quería enseñar a mis seres queridos a disfrutar de la vida tal y como viene, sin intentar cambiarla demasiado. Así que pensé qué rasgos del carácter de cada uno de mis seres queridos podrían  impedir que fueran felices ahora y en el futuro y los anoté al lado de sus virtudes. Para mi prima anoté la envidia, para mi amiga Victoria los complejos y para mi tío la soberbia.

     A la mañana siguiente ya había subrayado las virtudes y defectos más importantes de la gente con la que quería hablar y comencé a hacer llamadas. En primer lugar, por supuesto, hablé con mis padres y con mi hermana, que apenas podía parar de llorar. Los tres se sorprendieron mucho al escuchar hablar con tanto entusiasmo de un proyecto tan descabellado, sobre todo dada mi situación. De cualquier manera, al final logré convencerles de que llamaran a todas las personas de mi lista para que pudiera hablar con ellas antes de… bueno, antes de morir. Mi madre y mi padre su fueron a hablar con el doctor sobre una prueba que me habían hecho la semana pasada.

     Solo en la habitación con mi hermana, no se me ocurrió qué más decir aparte de lo que había apuntado al lado de su nombre en la ya mítica lista. Por tanto, la cogí de las manos y le dije sin pestañear que era una de las personas más inteligentes que había conocido. Al ver su expresión de asombro, se lo volví a repetir con toda la convicción del mundo, pues lo creía de verdad y tendría las suficientes pruebas para reafirmarme si alguien me las pidiera. Pero esta vez también puse en boca su timidez, que tantos problemas le había causado en el colegio cuando era más pequeña. Como siempre, María enrojeció y se miró los pies, pero yo le repetí una y otra vez que no tenía ningún motivo para ser tan reservada y que debería mostrar al mundo todas sus increíbles cualidades. Al cabo de un rato, mi hermana levantó la cabeza y me miró a los ojos, como dándome las gracias, y salió de mi habitación trotando alegremente con una brillante sonrisa en la cara. Pero puedo asegurar que no estaba tan contenta como yo tras nuestro pequeño diálogo. En cuanto se fue del cuarto me tumbé en la cama agotado y me quedé dormido, muy satisfecho de mí mismo.

     Por lo visto, a los médicos mi idea les había parecido fantástica y animaron a mis padres a traer a todo el que yo quisiera al hospital. Hablé con toda mi familia, con mis amigos… con todo el mundo que estaba en mi lista Y todos salieron radiantes del hospital. La verdad es que sentía que me estaba despidiendo muy bien de la vida.

     Ya había tenido tres años para mentalizarme de los riesgos que conllevaba mi enfermedad, y en ningún instante me había permitido a mí mismo plantearme la idea de morir, pues creía que no lo iba a soportar. Sin embargo, ahora que el final estaba tan cerca, la muerte se me antojaba dulce y cariñosa, pues cada día estaba más cansado y casi me apetecía  irme con ella para poder descansar. Además, no podía haber hecho nada mejor antes de partir, al menos en mi opinión, que era la que contaba de verdad; y cada noche me acostaba feliz, acariciando la idea de consumirme poco a poco con cada persona a la que hablaba y a la cual le alegraba el día.
     
     Cuando llegó el momento de la verdad, mi cuarto estaba lleno de gente a la que amaba completamente, y todos me miraban con cariño, sin una pizca de pena, ocultando su tristeza. Yo me fui con una sonrisa en la boca, lágrimas en los ojos y la sensación de ser querido. Yo morí feliz.

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