Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

martes, 8 de abril de 2014

Y te comerán los ojos

    Veintisiete años. Ni uno más ni uno menos. Trescientos veinticuatro meses de paredes grises y mugrientas, entre muros y rejas de metal. 118260 días de frustración, soledad y tortura. 2838240 horas sin hablar, sin cantar y sin moverse más allá del patio agrio y gris donde salían a hacer deporte. 170294400 minutos contados uno a uno, cada cual más largo que el anterior. 1021766400 segundos aislado, sin una sola visita. Veintisiete años de sufrimiento y de dolor. Pero no de arrepentimiento, ni de culpa. Valió la pena, ¡vaya si valió la pena! Desde hace veintisiete años, toda su familia vive sumergida en el mayor lujo imaginable, entre cuadros de Picasso, marta cibelina y mansiones francesas. ¿Por qué tendría que arrepentirse? ¿Por haber conseguido que sus hermanos puedan ir a la universidad? ¿Por haber salvado la vida de todos aquellos que le importan? ¡Y qué más da si un estúpido ricachón tuvo que perder a su hijo! Él se quedó con el dinero y con las joyas y con los coches y con todo lo demás. Además, ese niñato merecía morir. Lo estaba pidiendo a gritos cuando no le quiso prestar ni un céntimo de sus sucios millones. Más pobre que las ratas, un desgraciado, eso es lo que había sido antes; pero parece que ahora le ha dado la vuelta a la tortilla.
    Respira hondo y se mira al espejo. No está mal. Más que alguien que lleva casi tres decenas de años encerrado, se da un aire a niño bien, casi a un mimado. Ríe, y su risa suena maliciosa, pero con un toque dulce, a victoria. Puede que haya pasado la época más larga de su vida entre rejas, pero ahora es un héroe. Gracias a él, todo cambió para su familia, y para sus amigos. Y gracias a un mísero soborno que salió mejor de lo esperado, hoy hay una fiesta esperándole a la salida.
   Bueno, o eso espera. La verdad es que en todo este tiempo nunca le han visitado. Solo ha tenido alguna llamada muy de vez en cuando, y siempre se han mostrado distantes con él, como si no quisieran tener nada que ver con un... con alguien así. La idea le enfurece y pega un puñetazo al lavabo de la celda con todas sus fuerzas, que se tambalea ligeramente. Cría cuervos, piensa. Aunque esta vez es él el cuervo, y como buen pajarraco, no va a dejar que le den de lado tan fácilmente. Ni hablar.  Si pudo matar a su mejor amigo por avaro y codicioso, también puede acabar con un par de primos lejanos, como advertencia, digamos. Para que se anden con cuidado con él, que no se pasen de la raya.
    Se anuda la corbata por cuarta vez esa mañana y aguarda pacientemente al hombrecillo de las llaves. Una vez al otro lado de las rejas, marcha con paso decisivo, sin mirar atrás ni una sola vez. Más les vale estar allí, por su propio bien. Si no...
   Pero al llegar a la sala de espera, esta parece estar desierta. Aparte de la administrativa de la entrada y el guarda que le ha conducido hasta allí, no hay nadie más. Ni siquiera ha venido su madre, la única que decía preocuparse por él en sus llamadas. Nada de nada.
   Rojo de rabia, pone un pie en la calle. Veintisiete años más tarde, parecen necesitar un ligero recordatorio de su persona.

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