Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

lunes, 7 de abril de 2014

El diván

    A veces, solo basta con entornar un poco la puerta para sentirse a salvo. No hace falta que esté completamente cerrada, claro que no. Es más, si lo estuviera, los curiosos no podrían resistirse a entreabrirla disimuladamente para inmiscuirse en los secretos que alberga. Por suerte sigue un pelín abierta; lo justo y necesario para pasar desapercibido. ¿Quién querría entrar en una habitación a la vista de todos? ¡Como si eso tuviera algún misterio! No, no, a la gente no le interesa lo visible, sino lo escondido, lo que resulta difícil de hayar.
    Vivi lo sabía. Prácticamente nació conocedora del secreto de las puertas, guardianas de secretos, muebles y habitaciones. Puede que ella no tuviera muebles, ni habitaciones (ni nada de mucho valor, para el caso), pero sí conservaba secretos. Decenas, cientos, miles. Envolvía cada rumor, cada mensaje, cada susurro en papel de regalo, y lo guardaba junto al resto de su colección. Si había alguien en el mundo que lo supiera todo, esa era Vivi. ¡Quién lo iba imaginar! Una chica completamente normal, ni un pelo por encima de la media. Sí, sí, era mediocre en todos los sentidos. ¿O es eso lo que quería hacer creer? Dudo que nadie fuera consciente de su presencia en el colegio, o en el instituto o más tarde en la universidad o en la zapatería en la que trabajaba. Su mayor virtud era pasar desapercibida, caminando silenciosa como un gato por las calles, sin salirse ni un milímetro de la rutina, más que cuando decidía ir a la caza de más secretos para su extensa recopilación.
     Nadie, por aquí, nadie por allá, Vivi vuelve por donde ha venido. Dos jóvenes charlando sobre amor y dos viejas criticando a una tercera, Vivi se sienta entre las dos parejas, oídos afilados y memoria prodigiosa, lista para absorber cualquier confidencia pronunciada, y guardarla bien guardada en su cajón.
      Ahora bien, ¿para qué lo hacía? ¿Acaso ganaba algo con esta información? Pues claro que no, no, no, no. Pensar eso habría sido un atentado contra su filosofía, contra su mentalidad de vida. Vivi solo quería saber. Quería saberlo todo, claro está, y derretirse luego a solas entre todos sus secretos, sin que nadie más pudiera infiltrarse en su cabeza. Así era feliz. No necesitaba delicias, lujo o amistades, sino rumores y enigmas por descubrir. Era el hecho de que nadie más que ella conociera sus acertijos lo que más alegría le aportaba, y el sentirse en la obligación de cuidar de lo desconocido lo que le hacía sentirse valiosa y útil en un mundo del que desconfiaba plenamente.
     Así llevaba años, decenas de años, meses y días. Y así seguiría hasta que alguien le arrebatara sus secretos, sus joyas y maravillas. Hasta entonces, Vivi permanecería entreabierta. Corriente, común y sencilla. Sin nada que ocultar.



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