Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

lunes, 7 de abril de 2014

La noche de las estrellas negras


    Como el traquetear de un tren apresurado por una vía de juguete, Baku ronronea preocupado en su pequeño cojín. Por fin parecen haber acabado las historias de perros y ratones, ya está harto. Que si no me pillas, que si soy más rápido, que si no sabes ladrar... Nunca molesta a nadie, son los demás los que le provocan. ¡Y además Adam siempre les cree a ellos! Basta con que Louis se esconda bajo sus piernas, gimiendo, para que el chico de los Smith mire con reproche al pobre Baku y le deje sin su cena favorita. Después, por muchos maullidos y grititos de dolor que suelte Ana no le hace ni caso; está demasiado entretenida jugando a la pelota con un estúpido que no sabe más que babear y menear el rabo como un chalado.Pero claro, nació perro y fin del asunto. Por mucho que Adam les diga que el para conseguir más comida hay que portarse bien, mejor que las demás mascotas,¡al final es siempre Louis el que se queda con las golosinas!Desde luego, en esta casa la tranquilidad no se aprecia mucho. Miau, ni la tranquilidad ni a él, todo se ha dicho.
    Cojeando por un mordisco del ya decimocuarto labrador de la casa , Baku se aproxima a la trampilla de la puerta principal. Empuja con fuerza y, tras un par de intentos fallidos, logra salir al jardín. Si es que a ese cuchitril con dos matorrales llenos irritantes insectos se le puede llamar jardín, claro está. Suspira a duras penas y llega a la salida hacia la calle. Una vez allí, todo parece más fácil. Todos son iguales, no hay favoritismos ni discriminación alguna; solo cuenta la inteligencia, el ingenio y la fuerza. Sobre todo la fuerza, aunque eso él aún no lo sabe. Con una afilada sonrisa de dientes amarillos y ojos reluciendo con el mismo color, Baku se acerca a un resto de pescado medio podrido y se lo come de golpe. ¡Ja! No ha tenido que pedir permiso a nadie, hace lo que quiere, sin preocuparse por las regañinas o por los castigos de la casa, no le importa el sabor nauseabundo del pescado, más bien le ha sabido a libertad.
    Hace poco se ha hecho amigo de un tal Karl, o Carlos, nunca se ha enterado. Es un tipo muy raro, y no le cae muy bien. Pero esta primera noche tras su huída la pasará en su escondrijo, y al menos le dará conversación. ¡Horror de los horrores! En el ínfimo escondite al lado de los cubos de basura no solo está Karl, sino también otros cien gatos desnutridos que le miran con recelo y se niegan a ofrecerle más comida. Que la busque el, piensan, igual que hemos hecho nosotros. Su nombre impronunciable y su pelaje blanquecino tampoco le sirven de gran ayuda al intentar integrarse en el grupo, así que poco tarda en salir por patas, a la busca de una nueva familia.
   Uff, ¿una nueva familia? Tampoco está convencido de querer volver a las mismas injusticias de siempre. Refunfuña, molesto y helado por la tormenta de nieve que parece haber sido programada a propósito para causarle aún más daño. Si pudiera, lloraría. Sin embargo, antes de que pueda rendirse, algo enorme, muy peludo y oscuro como un cuervo se abalanza sobre él. Baku se resiste, y logra huir a duras penas,  o lo habría logrado, si la rata más gorda que ha visto en su vida no le hubiera mordido en el rabo sin piedad. Chilla de dolor y baja las orejas, agotado. Con una mueca maliciosa, la rata le arrastra por el suelo hasta una especie de fortaleza amurallada, mientras la forma inmunda que le atacó primero (y que ha resultado ser un perro) les sigue alegremente. A la luz de la luna, consigue distinguir una extraña palabra en su collar: Iosif. Para su sorpresa, también la rata tiene nombre, Kim. Será por la serie de dibujos animados que tanto le gusta a Adam. No conoce a ningún otro Kim.
     Una vez dentro del bastión de piedra, Baku cae al suelo, derrotado, y no logra volver a ponerse en pie. Mira al cielo, esperando que las estrellas le consuelen, pero no atisba más que una luna redonda y clara. Nunca le ha gustado la luna. Es demasiado perfecta, símbolo de desesperanza para los gatos como él. Incluso las estrellas parecen haber muerto en esta noche de angustia y desaliento, indicándole que el fin llegará pronto. Y es que, ¿qué va a hacer? No puede saltar el muro, no quiere quedarse dentro, no volverá a casa. No, no, no. Bueno, ¡pero algún sí tiene que encontrar! Tampoco el vagar solitario y sin control por las calles le atrae mucho, parece que sí es necesario que alguien se ocupe de él, y de individuos como Louis o Iosif, desde luego.
    Tras algún tiempo fingiendo estar desmayado, Baku llega a una conclusión. Dentro de esta fortaleza del infierno hay un pozo bastante profundo, o al menos eso parece. ¿Acaso no quería despreocuparse de todo? Pues no hay manera más sencilla que un simple salto, eso está claro. A falta de alegrías en la tierra, tal vez encuentre a Azrael bajo el agua. Ha oído hablar mucho de él, pero aún no le conoce, pero parece ser su única salida. Coge carrerilla con miedo, pero al rebotar en el borde de piedra se siente redimido, y nada más caer, Azrael le encuentra. Con dulces murmullos y una sutil caricia en el pecho, le rescata de sus penas y pesares, para llevarle a un lugar secreto y místico, del que nunca logrará escapar.




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