Como el traquetear de un tren apresurado por una vía de juguete, Baku
ronronea preocupado en su pequeño cojín. Por fin parecen haber acabado las
historias de perros y ratones, ya está harto. Que si no me pillas, que si soy
más rápido, que si no sabes ladrar... Nunca molesta a nadie, son los demás los
que le provocan. ¡Y además Adam siempre les cree a ellos! Basta con que Louis
se esconda bajo sus piernas, gimiendo, para que el chico de los Smith mire con
reproche al pobre Baku y le deje sin su cena favorita. Después, por muchos
maullidos y grititos de dolor que suelte Ana no le hace ni caso; está demasiado
entretenida jugando a la pelota con un estúpido que no sabe más que babear y
menear el rabo como un chalado.Pero claro, nació perro y fin del asunto. Por
mucho que Adam les diga que el para conseguir más comida hay que portarse bien,
mejor que las demás mascotas,¡al final es siempre Louis el que se queda con las
golosinas!Desde luego, en esta casa la tranquilidad no se aprecia mucho. Miau,
ni la tranquilidad ni a él, todo se ha dicho.
Cojeando por un mordisco del ya
decimocuarto labrador de la casa , Baku se aproxima a la trampilla de la puerta
principal. Empuja con fuerza y, tras un par de intentos fallidos, logra salir
al jardín. Si es que a ese cuchitril con dos matorrales llenos irritantes
insectos se le puede llamar jardín, claro está. Suspira a duras penas y llega a
la salida hacia la calle. Una vez allí, todo parece más fácil. Todos son
iguales, no hay favoritismos ni discriminación alguna; solo cuenta la
inteligencia, el ingenio y la fuerza. Sobre todo la fuerza, aunque eso él aún
no lo sabe. Con una afilada sonrisa de dientes amarillos y ojos reluciendo con
el mismo color, Baku se acerca a un resto de pescado medio podrido y se lo come
de golpe. ¡Ja! No ha tenido que pedir permiso a nadie, hace lo que quiere, sin
preocuparse por las regañinas o por los castigos de la casa, no le importa el
sabor nauseabundo del pescado, más bien le ha sabido a libertad.
Hace poco se ha hecho amigo de
un tal Karl, o Carlos, nunca se ha enterado. Es un tipo muy raro, y no le cae
muy bien. Pero esta primera noche tras su huída la pasará en su escondrijo, y
al menos le dará conversación. ¡Horror de los horrores! En el ínfimo escondite
al lado de los cubos de basura no solo está Karl, sino también otros cien gatos
desnutridos que le miran con recelo y se niegan a ofrecerle más comida. Que la
busque el, piensan, igual que hemos hecho nosotros. Su nombre impronunciable y
su pelaje blanquecino tampoco le sirven de gran ayuda al intentar integrarse en
el grupo, así que poco tarda en salir por patas, a la busca de una nueva
familia.
Uff, ¿una nueva familia? Tampoco
está convencido de querer volver a las mismas injusticias de siempre.
Refunfuña, molesto y helado por la tormenta de nieve que parece haber sido
programada a propósito para causarle aún más daño. Si pudiera, lloraría. Sin
embargo, antes de que pueda rendirse, algo enorme, muy peludo y oscuro como un
cuervo se abalanza sobre él. Baku se resiste, y logra huir a duras penas,
o lo habría logrado, si la rata más gorda que ha visto en su vida no le
hubiera mordido en el rabo sin piedad. Chilla de dolor y baja las orejas,
agotado. Con una mueca maliciosa, la rata le arrastra por el suelo hasta una
especie de fortaleza amurallada, mientras la forma inmunda que le atacó primero
(y que ha resultado ser un perro) les sigue alegremente. A la luz de la luna,
consigue distinguir una extraña palabra en su collar: Iosif. Para su sorpresa,
también la rata tiene nombre, Kim. Será por la serie de dibujos animados que
tanto le gusta a Adam. No conoce a ningún otro Kim.
Una vez dentro del
bastión de piedra, Baku cae al suelo, derrotado, y no logra volver a ponerse en
pie. Mira al cielo, esperando que las estrellas le consuelen, pero no atisba
más que una luna redonda y clara. Nunca le ha gustado la luna. Es demasiado
perfecta, símbolo de desesperanza para los gatos como él. Incluso las estrellas
parecen haber muerto en esta noche de angustia y desaliento, indicándole que el
fin llegará pronto. Y es que, ¿qué va a hacer? No puede saltar el muro, no
quiere quedarse dentro, no volverá a casa. No, no, no. Bueno, ¡pero algún sí
tiene que encontrar! Tampoco el vagar solitario y sin control por las calles le
atrae mucho, parece que sí es necesario que alguien se ocupe de él, y de
individuos como Louis o Iosif, desde luego.
Tras algún tiempo fingiendo
estar desmayado, Baku llega a una conclusión. Dentro de esta fortaleza del
infierno hay un pozo bastante profundo, o al menos eso parece. ¿Acaso no quería
despreocuparse de todo? Pues no hay manera más sencilla que un simple salto,
eso está claro. A falta de alegrías en la tierra, tal vez encuentre a Azrael
bajo el agua. Ha oído hablar mucho de él, pero aún no le conoce, pero parece
ser su única salida. Coge carrerilla con miedo, pero al rebotar en el borde de
piedra se siente redimido, y nada más caer, Azrael le encuentra. Con dulces
murmullos y una sutil caricia en el pecho, le rescata de sus penas y pesares,
para llevarle a un lugar secreto y místico, del que nunca logrará escapar.
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