Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

martes, 8 de abril de 2014

El escondite

    Lentamente, muy lentamente. Casi sin que te des cuenta, un miedo afilado con cuchillas se adentra en tu interior, desgarrando cada recoveco de tu ser. Al principio todavía podías luchar contra la angustia que se apodera de ti cada vez que sales a la calle. Un poco de aire te vendrá bien, decían. Ni siquiera ahora se dan cuenta del error. 
  Encerrada entre cuatro paredes descoloridas, tampoco te sientes a salvo, pero sí notas una cierta protección, una inmunidad ante el verde de sus ojos, ante la blancura de su sonrisa. Tan solo el recuerdo de un simple abrazo te hace sollozar, y no tardas en esconderte bajo el cojín más mullido de toda tu colección. Dentro de casa, al menos has tirado todas sus fotos, y el hecho de no haber estado aquí con él te reconforta. Pero fuera, en el parque, en las plazas, en la avenida principal, todo huele a él. En los restaurantes, todo sabe a él. En cualquier concierto, no solo le oyes, sino que también le escuchas. Y llega un momento en el que no puedes más. Solo te queda huir de vuelta a esos muros torcidos e inclinados, que amenazan con sepultarte el día más inesperado. Solo te queda esconderte.
    Sin embargo, sabes más tarde o más temprano, no te quedará otra opción que hacerle frente. Tendrás que admitir lo que sientes, y mostrarle el daño que te ha hecho. Quieres llorar delante de él, quieres que sufra como tú has sufrido. Incluso una pequeña parte de ti se muere por una pizca de compasión suya, de cualquier motivo que le pueda hacer volver a ti. Pero sabes que eso no va a ocurrir, lo sabes desde hace ya demasiado tiempo, mucho antes de que todo acabara. Simplemente, aún no estás preparada para aceptar ese golpe congelado, y planeas refugiarte indefinidamente. Tal vez nunca necesites escapar.


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