Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

miércoles, 30 de abril de 2014

El lagarto corre y vuela

Una mariquita rosa con puntitos azulados. La abeja verde del árbol caído y destrozado. Dos moscas gigantescas que dan mucho repelús. Tres bichejos, dos bichitos y cuarenta bichos más. Todo lleno en el país Nunca Jamás. ¿Están sordos? El zumbido aglomerante impide decir ni mu. ¿No oyen nada? Algo podrán escuchar. Al otro lado del prado trotan cabras sin parar. Donde van esas palomas, blancas, feas y negras, monas. Donde corren los leones, grandes, tristes y más grandes, comilones. A la izquierda o hacia el este, la brújula echa pestes. Al norte, o tal vez el sur, quieren ir los desgraciados. Los felices no se mueven, están muy bien asentados. Sin ver nada, sin oír, ¡cavan cavan! Dentro dentro de la tierra encuentran un acertijo. ¿Quien fue pues el más listillo de estos mil animalitos? Miradas de recelo, la avispa gruñe con odio. El tigre de la esquina pía dando testimonio. Intentan pruebas y corren hasta llegar al final. Agotados y sin ganas, no pueden mirar atrás. Noles gustan los  enigmas, ni las tonterías tal cual. ¿No se quieren todos mucho? ¿para qué clasificar? Bababa, dedede. Se olvidan del papelito y comienzan a jugar. Qué felices, qué contentos, ¡muy pronto les comerán!

domingo, 20 de abril de 2014

La canción más bella

Los copos de nieve de esta noche blanca
Se unen con tus lágrimas antes de partir,
Dejando en tu boca una huella clara
Que muestra el camino del querer sin fin.

Mas pronto amanece y la magia se esfuma
El agua salada comienza a brotar
De nuevo tus ojos de rabia se inundan.
Ya no quedan lágrimas con que llorar.

Y es esta sequía, por dentro y por fuera
La que me hace amarte con todo mi ser
Los besos se turnan en brava carrera
Rezando por nunca perder tu querer.

La nieve no importa, el sol no aparece
Tan solo tenemos la luz de una estrella.
Brillante, paciente en mis brazos se mece
Gritando en silencio la canción más bella.

miércoles, 9 de abril de 2014

Pinturas solapadas

  Un anciano con mirada soñadora está sentado en un banco marrón chocolate, pero chocolate caducado. A su lado, una niña pequeña juega entretenida con su muñeca favorita, que se deja peinar sin oponer resistencia alguna. El hombre que les observa escondido tras un gran árbol a la izquierda, parece estar fascinado por estos dos individuos, a simple vista muy normales y corrientes. Concentrado, frunce el entrecejo, como si hubiera algo que le molestara. Tal vez sea la sonrisa imperturbable de la pepona, incapaz de imponerse ante su dueña y mantener su dignidad. O puede que los sueños del ochentón, palpables y fáciles de imaginar, le atraigan como miel a las abejas y no le permitan dejar de observar con tamaña fijación.
   Incluso es posible que ni siquiera esté contemplando a un abuelo y su nieta, sino a un padre y su hija, o a un criminal y su víctima. Nunca lo sabremos, ni tampoco el mirón conoce la respuesta. ¿Seguro que le interesa? En verdad, nunca sabremos nada sobre el cuadro del salón, pero a la vez podemos desenterrar todos sus misterios. Podemos limpiar el polvo de cada uno de sus acertijos, y cualquier solución que hallemos será correcta, porque no hay una sola pintura, sino cientos, miles y millones. Cada espectador apreciará una situación diferente, y todos acertarán. Realmente, solo somos un reflejo del curioso que escudriña a la niña y su muñeca, intentando descifrar lo que sentían.
   Quién sabe, quizás ni siquiera haya un cuadro y solo sea producto de nuestra imaginación. O quizá nosotros mismos formemos parte de él.

martes, 8 de abril de 2014

El escondite

    Lentamente, muy lentamente. Casi sin que te des cuenta, un miedo afilado con cuchillas se adentra en tu interior, desgarrando cada recoveco de tu ser. Al principio todavía podías luchar contra la angustia que se apodera de ti cada vez que sales a la calle. Un poco de aire te vendrá bien, decían. Ni siquiera ahora se dan cuenta del error. 
  Encerrada entre cuatro paredes descoloridas, tampoco te sientes a salvo, pero sí notas una cierta protección, una inmunidad ante el verde de sus ojos, ante la blancura de su sonrisa. Tan solo el recuerdo de un simple abrazo te hace sollozar, y no tardas en esconderte bajo el cojín más mullido de toda tu colección. Dentro de casa, al menos has tirado todas sus fotos, y el hecho de no haber estado aquí con él te reconforta. Pero fuera, en el parque, en las plazas, en la avenida principal, todo huele a él. En los restaurantes, todo sabe a él. En cualquier concierto, no solo le oyes, sino que también le escuchas. Y llega un momento en el que no puedes más. Solo te queda huir de vuelta a esos muros torcidos e inclinados, que amenazan con sepultarte el día más inesperado. Solo te queda esconderte.
    Sin embargo, sabes más tarde o más temprano, no te quedará otra opción que hacerle frente. Tendrás que admitir lo que sientes, y mostrarle el daño que te ha hecho. Quieres llorar delante de él, quieres que sufra como tú has sufrido. Incluso una pequeña parte de ti se muere por una pizca de compasión suya, de cualquier motivo que le pueda hacer volver a ti. Pero sabes que eso no va a ocurrir, lo sabes desde hace ya demasiado tiempo, mucho antes de que todo acabara. Simplemente, aún no estás preparada para aceptar ese golpe congelado, y planeas refugiarte indefinidamente. Tal vez nunca necesites escapar.


Macedonia

    Aunque en general no suelo preocuparme por estas cosas, llega un momento en la vida de toda mujer en el que debes hacerte la Pregunta. Sí, la Pregunta con mayúsculas, porque al final es la única que cuenta: ¿qué pinto yo aquí? Pese al matiz artístico que con tan buena intención he aportado a lo que también podríamos formular como "¿qué voy a hacer con mi vida?", la realidad es cruel. Las primeras veces logras huir, luego escapas por los pelos, pero más tarde o más temprano, el misterioso interrogante te adelanta, y no queda más remedio que mirarle a la cara.
    Como muchas otras personas, gatos y perros, al principio me creí capaz de todo: física, matemáticas, idiomas, deporte. ¡JA! Por apabullante que suene, no tardas más que veinte minutos de trabajo en darte cuenta de que no vales, ni de lejos, para la mitad de lo que habías pensado. Es más, es muy probable que no sirvas para nada.
    Pero. (Siempre hay un pero). No desesperes. No, no. No hagas como yo. En verdad, no hay nada de lo que sentirse más orgulloso que del éxito inesperado. Por ejemplo, si tus habilidades en genética son equivalentes a las de un saco de patatas (de patatas frescas, todo sea dicho), pero luego resulta que apruebas un examen, ¡cómo no vas a estar orgulloso de las mil y una horas que has dedicado prepararte! Más que orgulloso, deberías estar eufórico, pletórico, mucho más que al sacar una buena nota en tu asignatura favorita. No pocas veces, conviene centrarse en aquello que no se nos da tan bien para reafirmar la seguridad en uno mismo, para demostrarnos que somos versátiles y luchar contra las barreras que nosotros mismos nos imponemos.
   Segundo pero. Cuidado, con esto no quiero decir que si eres un cerebro en... química, por ejemplo, tengas que concentrarte en aprender japonés, sino que de vez en cuando, sobre todo si tu autoestima no está precisamente por los cielos, puede resultar útil hacer un esfuerzo mayor de lo normal para autoconvencerse de la propia valía (en cuantos más sentidos mejor).
    Volviendo a mi pregunta del principio, ¡hay que ver lo que me gusta irme por las ramas! Y si tengo que sacar alguna conclusión de este terremoto de pensamientos, es que sigo tan confusa como siempre. Dudando hasta de lo que siempre había dado por sentado, y harta de dar por sentado lo que debería dudar. 
   Tercer y último pero, con nota mental incluida. Dentro de todas las preguntas que recorren como relámpagos una mente irresoluta, sólo se esconde una única verdad: Más vale emprender un proyecto que nos fascine realmente, porque si hay algo seguro, son los arrepentimientos. En los momentos malos, siempre vamos a lamentarnos de las decisiones pasadas; así que, al menos, deberíamos disfrutar de lo que en el momento parece un acierto, tarde poco o mucho en convertirse en un error.


Y te comerán los ojos

    Veintisiete años. Ni uno más ni uno menos. Trescientos veinticuatro meses de paredes grises y mugrientas, entre muros y rejas de metal. 118260 días de frustración, soledad y tortura. 2838240 horas sin hablar, sin cantar y sin moverse más allá del patio agrio y gris donde salían a hacer deporte. 170294400 minutos contados uno a uno, cada cual más largo que el anterior. 1021766400 segundos aislado, sin una sola visita. Veintisiete años de sufrimiento y de dolor. Pero no de arrepentimiento, ni de culpa. Valió la pena, ¡vaya si valió la pena! Desde hace veintisiete años, toda su familia vive sumergida en el mayor lujo imaginable, entre cuadros de Picasso, marta cibelina y mansiones francesas. ¿Por qué tendría que arrepentirse? ¿Por haber conseguido que sus hermanos puedan ir a la universidad? ¿Por haber salvado la vida de todos aquellos que le importan? ¡Y qué más da si un estúpido ricachón tuvo que perder a su hijo! Él se quedó con el dinero y con las joyas y con los coches y con todo lo demás. Además, ese niñato merecía morir. Lo estaba pidiendo a gritos cuando no le quiso prestar ni un céntimo de sus sucios millones. Más pobre que las ratas, un desgraciado, eso es lo que había sido antes; pero parece que ahora le ha dado la vuelta a la tortilla.
    Respira hondo y se mira al espejo. No está mal. Más que alguien que lleva casi tres decenas de años encerrado, se da un aire a niño bien, casi a un mimado. Ríe, y su risa suena maliciosa, pero con un toque dulce, a victoria. Puede que haya pasado la época más larga de su vida entre rejas, pero ahora es un héroe. Gracias a él, todo cambió para su familia, y para sus amigos. Y gracias a un mísero soborno que salió mejor de lo esperado, hoy hay una fiesta esperándole a la salida.
   Bueno, o eso espera. La verdad es que en todo este tiempo nunca le han visitado. Solo ha tenido alguna llamada muy de vez en cuando, y siempre se han mostrado distantes con él, como si no quisieran tener nada que ver con un... con alguien así. La idea le enfurece y pega un puñetazo al lavabo de la celda con todas sus fuerzas, que se tambalea ligeramente. Cría cuervos, piensa. Aunque esta vez es él el cuervo, y como buen pajarraco, no va a dejar que le den de lado tan fácilmente. Ni hablar.  Si pudo matar a su mejor amigo por avaro y codicioso, también puede acabar con un par de primos lejanos, como advertencia, digamos. Para que se anden con cuidado con él, que no se pasen de la raya.
    Se anuda la corbata por cuarta vez esa mañana y aguarda pacientemente al hombrecillo de las llaves. Una vez al otro lado de las rejas, marcha con paso decisivo, sin mirar atrás ni una sola vez. Más les vale estar allí, por su propio bien. Si no...
   Pero al llegar a la sala de espera, esta parece estar desierta. Aparte de la administrativa de la entrada y el guarda que le ha conducido hasta allí, no hay nadie más. Ni siquiera ha venido su madre, la única que decía preocuparse por él en sus llamadas. Nada de nada.
   Rojo de rabia, pone un pie en la calle. Veintisiete años más tarde, parecen necesitar un ligero recordatorio de su persona.

lunes, 7 de abril de 2014

Pétalos perdidos

Mucho no dura ninguna tristeza.
Las penas del alma se pueden echar.
Siempre que se lleve puesta la cabeza
No sirve de nada tan solo llorar.

Lección aprendida, mas pronto ignorada
Por todo aquel brujo que quiso triunfar
Engañando niños, doncellas y hadas
Que pronto a alabarle se hicieron sin más

Reflexión que la de un simple precio
Cegador y falto de toda razón.
Es la pena la que te hace necio
Y no el querer de corazón.

¡Oh, niña dulce, ay, rico conde!
Si al menos los ojos pudieras abrir
Y atisbar la dura verdad que se esconde
Detrás de falacias color carmesí.

La noche de las estrellas negras


    Como el traquetear de un tren apresurado por una vía de juguete, Baku ronronea preocupado en su pequeño cojín. Por fin parecen haber acabado las historias de perros y ratones, ya está harto. Que si no me pillas, que si soy más rápido, que si no sabes ladrar... Nunca molesta a nadie, son los demás los que le provocan. ¡Y además Adam siempre les cree a ellos! Basta con que Louis se esconda bajo sus piernas, gimiendo, para que el chico de los Smith mire con reproche al pobre Baku y le deje sin su cena favorita. Después, por muchos maullidos y grititos de dolor que suelte Ana no le hace ni caso; está demasiado entretenida jugando a la pelota con un estúpido que no sabe más que babear y menear el rabo como un chalado.Pero claro, nació perro y fin del asunto. Por mucho que Adam les diga que el para conseguir más comida hay que portarse bien, mejor que las demás mascotas,¡al final es siempre Louis el que se queda con las golosinas!Desde luego, en esta casa la tranquilidad no se aprecia mucho. Miau, ni la tranquilidad ni a él, todo se ha dicho.
    Cojeando por un mordisco del ya decimocuarto labrador de la casa , Baku se aproxima a la trampilla de la puerta principal. Empuja con fuerza y, tras un par de intentos fallidos, logra salir al jardín. Si es que a ese cuchitril con dos matorrales llenos irritantes insectos se le puede llamar jardín, claro está. Suspira a duras penas y llega a la salida hacia la calle. Una vez allí, todo parece más fácil. Todos son iguales, no hay favoritismos ni discriminación alguna; solo cuenta la inteligencia, el ingenio y la fuerza. Sobre todo la fuerza, aunque eso él aún no lo sabe. Con una afilada sonrisa de dientes amarillos y ojos reluciendo con el mismo color, Baku se acerca a un resto de pescado medio podrido y se lo come de golpe. ¡Ja! No ha tenido que pedir permiso a nadie, hace lo que quiere, sin preocuparse por las regañinas o por los castigos de la casa, no le importa el sabor nauseabundo del pescado, más bien le ha sabido a libertad.
    Hace poco se ha hecho amigo de un tal Karl, o Carlos, nunca se ha enterado. Es un tipo muy raro, y no le cae muy bien. Pero esta primera noche tras su huída la pasará en su escondrijo, y al menos le dará conversación. ¡Horror de los horrores! En el ínfimo escondite al lado de los cubos de basura no solo está Karl, sino también otros cien gatos desnutridos que le miran con recelo y se niegan a ofrecerle más comida. Que la busque el, piensan, igual que hemos hecho nosotros. Su nombre impronunciable y su pelaje blanquecino tampoco le sirven de gran ayuda al intentar integrarse en el grupo, así que poco tarda en salir por patas, a la busca de una nueva familia.
   Uff, ¿una nueva familia? Tampoco está convencido de querer volver a las mismas injusticias de siempre. Refunfuña, molesto y helado por la tormenta de nieve que parece haber sido programada a propósito para causarle aún más daño. Si pudiera, lloraría. Sin embargo, antes de que pueda rendirse, algo enorme, muy peludo y oscuro como un cuervo se abalanza sobre él. Baku se resiste, y logra huir a duras penas,  o lo habría logrado, si la rata más gorda que ha visto en su vida no le hubiera mordido en el rabo sin piedad. Chilla de dolor y baja las orejas, agotado. Con una mueca maliciosa, la rata le arrastra por el suelo hasta una especie de fortaleza amurallada, mientras la forma inmunda que le atacó primero (y que ha resultado ser un perro) les sigue alegremente. A la luz de la luna, consigue distinguir una extraña palabra en su collar: Iosif. Para su sorpresa, también la rata tiene nombre, Kim. Será por la serie de dibujos animados que tanto le gusta a Adam. No conoce a ningún otro Kim.
     Una vez dentro del bastión de piedra, Baku cae al suelo, derrotado, y no logra volver a ponerse en pie. Mira al cielo, esperando que las estrellas le consuelen, pero no atisba más que una luna redonda y clara. Nunca le ha gustado la luna. Es demasiado perfecta, símbolo de desesperanza para los gatos como él. Incluso las estrellas parecen haber muerto en esta noche de angustia y desaliento, indicándole que el fin llegará pronto. Y es que, ¿qué va a hacer? No puede saltar el muro, no quiere quedarse dentro, no volverá a casa. No, no, no. Bueno, ¡pero algún sí tiene que encontrar! Tampoco el vagar solitario y sin control por las calles le atrae mucho, parece que sí es necesario que alguien se ocupe de él, y de individuos como Louis o Iosif, desde luego.
    Tras algún tiempo fingiendo estar desmayado, Baku llega a una conclusión. Dentro de esta fortaleza del infierno hay un pozo bastante profundo, o al menos eso parece. ¿Acaso no quería despreocuparse de todo? Pues no hay manera más sencilla que un simple salto, eso está claro. A falta de alegrías en la tierra, tal vez encuentre a Azrael bajo el agua. Ha oído hablar mucho de él, pero aún no le conoce, pero parece ser su única salida. Coge carrerilla con miedo, pero al rebotar en el borde de piedra se siente redimido, y nada más caer, Azrael le encuentra. Con dulces murmullos y una sutil caricia en el pecho, le rescata de sus penas y pesares, para llevarle a un lugar secreto y místico, del que nunca logrará escapar.




El diván

    A veces, solo basta con entornar un poco la puerta para sentirse a salvo. No hace falta que esté completamente cerrada, claro que no. Es más, si lo estuviera, los curiosos no podrían resistirse a entreabrirla disimuladamente para inmiscuirse en los secretos que alberga. Por suerte sigue un pelín abierta; lo justo y necesario para pasar desapercibido. ¿Quién querría entrar en una habitación a la vista de todos? ¡Como si eso tuviera algún misterio! No, no, a la gente no le interesa lo visible, sino lo escondido, lo que resulta difícil de hayar.
    Vivi lo sabía. Prácticamente nació conocedora del secreto de las puertas, guardianas de secretos, muebles y habitaciones. Puede que ella no tuviera muebles, ni habitaciones (ni nada de mucho valor, para el caso), pero sí conservaba secretos. Decenas, cientos, miles. Envolvía cada rumor, cada mensaje, cada susurro en papel de regalo, y lo guardaba junto al resto de su colección. Si había alguien en el mundo que lo supiera todo, esa era Vivi. ¡Quién lo iba imaginar! Una chica completamente normal, ni un pelo por encima de la media. Sí, sí, era mediocre en todos los sentidos. ¿O es eso lo que quería hacer creer? Dudo que nadie fuera consciente de su presencia en el colegio, o en el instituto o más tarde en la universidad o en la zapatería en la que trabajaba. Su mayor virtud era pasar desapercibida, caminando silenciosa como un gato por las calles, sin salirse ni un milímetro de la rutina, más que cuando decidía ir a la caza de más secretos para su extensa recopilación.
     Nadie, por aquí, nadie por allá, Vivi vuelve por donde ha venido. Dos jóvenes charlando sobre amor y dos viejas criticando a una tercera, Vivi se sienta entre las dos parejas, oídos afilados y memoria prodigiosa, lista para absorber cualquier confidencia pronunciada, y guardarla bien guardada en su cajón.
      Ahora bien, ¿para qué lo hacía? ¿Acaso ganaba algo con esta información? Pues claro que no, no, no, no. Pensar eso habría sido un atentado contra su filosofía, contra su mentalidad de vida. Vivi solo quería saber. Quería saberlo todo, claro está, y derretirse luego a solas entre todos sus secretos, sin que nadie más pudiera infiltrarse en su cabeza. Así era feliz. No necesitaba delicias, lujo o amistades, sino rumores y enigmas por descubrir. Era el hecho de que nadie más que ella conociera sus acertijos lo que más alegría le aportaba, y el sentirse en la obligación de cuidar de lo desconocido lo que le hacía sentirse valiosa y útil en un mundo del que desconfiaba plenamente.
     Así llevaba años, decenas de años, meses y días. Y así seguiría hasta que alguien le arrebatara sus secretos, sus joyas y maravillas. Hasta entonces, Vivi permanecería entreabierta. Corriente, común y sencilla. Sin nada que ocultar.



domingo, 6 de abril de 2014

Del viento

Se escucha un murmullo vestido de pena.
Nada embruja este hechizo del mago de Azul,
Sino lágrimas, muertes, sonrisas caídas,
De aquel valle exiliado de pálida luz.

Ya no vemos más luna, ya no vemos más sol.
Solo hallamos un sueño en la triste locura
Del reloj que se para en la hora en que el viento
Luchó contra un río en forzosa aventura.

A su paso embellece cualquiera desgracia,
Liberando a sus dueños de tanto dolor
Que les causa la huída de un toda la magia

Que en cierto lugar a la cima llegó.
Cantan todos, ajenos a un mundo en que el llanto
Aniquila y desgarra cualquier ilusión.

¿Y si no lo fuera?

       Una pálida luz azulada recorre la pared impoluta. Sube, baja, derecha, izquierda. Poco a poco, el que fue un pequeño círculo brillante cubre toda la estancia, ahora todo es azul. Cegados, tratan de entreabrir los ojos poco a poco, delicadamente; pero las lágrimas ni avisan ni tardan en fundirse con el foco que todo lo encubre. Entre gemidos, y llantos silenciosos, logran acercarse a la única puerta, sin pomo, sin color y sin salida a ningún sitio. Al otro lado solo hay vacío. Confusos, golpean el cemento de las paredes, el metal del blindaje y la madera casi podrida del que un día fue portón. 
    Veinte respiraciones más tarde, no les quedan fuerzas, ni tiempo para pensar. La luz ha dejado de ser clara para convertirse en intensidad y en pureza y en dolor. Nunca han intercambiado palabra, y ahora no tiene por qué ser una excepción, así que, sin más vacilación, deciden fundirse en el reflejo de lo etéreo, que les cubre de pies a cabeza y absorbe lentamente su libertad. Atados como están, miran a su alrededor, buscando cualquier destello que les indique esperanza o desilusión, alegría o tristeza. Ya no les importa el qué, solo quieren sentir algo, da igual lo que sea. Ahora mismo, todo es tan insolentemente frío que no existe mayor diferencia entre dentro y fuera que la invasiva claridad azul de la que ya forman parte. Lejos de malestar o rabia, solo notan prisa por fundirse por completo con este perverso ocaso atemporal.
     Sin embargo, todos sabemos que esto es imposible. ¿Cómo no íbamos a saberlo? Pobres ingenuos en la habitación azul, pobres desgraciados.