No son pocas las veces en las que es necesario establecer
una clasificación, por clasista y cruel que suene, de personas. Siendo
realistas, desde los primeros años de nuestra vida estamos sometidos a una
constante competición por ver quién consigue la nota más alta, quién es capaz
de correr más rápido, o quién tiene a más chicos o chicas detrás suyo. Por duro
que sea sobrellevar toda esta presión, sobre todo para los más pequeños, es
cierto que el sistema social que rige nuestras vidas tiene exactamente esa
forma, la de un concurso. Por ello es, como mínimo comprensible, y tal vez
incluso aceptable que nos hayan educado, en gran medida, para destacar.
Obviamente, la
mayoría de la gente tiene o un único, o escasos, puntos fuertes, que pueden ir
desde el deporte hasta la literatura o la física, pasando por todo lo que hay
por medio. O bien puede que simplemente haya algo que se le de especialmente
bien y lo disfrute al máximo. Partiendo de la base de que todo el mundo posee
ese algo, esa cantidad medida de talento repartida de una u otra manera, sigue
la pregunta de por qué no nos dedicamos en exclusiva a ese vértice, sino que en
la mayor parte de los casos intentamos rellenar al máximo todos los aspectos
posibles de nuestra vida.
Sin embargo, en un
primer momento parecería lógico que cada persona sólo se ocupara de su mayor
virtud, dejando de lado lo demás. Desde un punto de vista político y económico,
esta dedicación exclusiva contribuiría enormemente al desarrollo de un país,
¿no?
Pues no. Señores,
antes de nada hay que dejar claro que este último párrafo parece sacado de una
dictadura extrema que solo piensa en utilizar a sus habitantes para enriquecer
a los pocos que están al mando, ignorando las verdaderas necesidades de la
población. Y es que un país es, prioritariamente, eso: su población. No podemos
olvidar la geografía, ni la riqueza, ni la economía ni muchos otros sectores,
claro está. Pero son la satisfacción personal de las personas que lo forman y
su bienestar los que contribuyen al desarrollo de la "nación", en
todos los ámbitos. Sin habitantes sanos y contentos, es simplemente imposible
que un país pueda calificarse como próspero.
Es ciertamente
difícil combinar esta satisfacción o plenitud propia con una consagración única
a cierto aspecto. Simplificando, si dividiéramos el concepto de la vida en tres
partes, dejando a un lado las finanzas, podríamos partirlo en aspecto social
(familia y amigos), académico (resultados convenientes, empleo deseado,
intereses culturales como música, literatura, deporte...) y físico (salud,
apariencia y sobre todo aceptación de la misma). Para que una persona sea
completa o tenga una "runde Persönlichkeit" (personalidad redonda),
como explicó el famoso Goethe en varias de sus obras, debería al menos
conseguir una parte relativamente grande de los tres ingredientes de la receta.
No vale con sacar una matrícula de honor y dos suspensos, más bien habría que
mantenerse por encima del notable en todos ellos. Claramente, cada uno tiene la
libertad de tomar sus propias decisiones y evaluar con detenimiento cuáles son
sus prioridades, pero merece la pena contemplar la vida como una combinación de
factores aditivos cuya suma es equivalente a nuestra felicidad.
Y es esa deseada
felicidad la que hace a un estado rico y próspero por activa y por pasiva, pues
manteniendo a la población satisfecha de sí misma, entre todos lograrán forjar
los motivos necesarios para estar satisfechos de la comunidad.
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