Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

viernes, 17 de enero de 2014

Los tres ingredientes

   No son pocas las veces en las que es necesario establecer una clasificación, por clasista y cruel que suene, de personas. Siendo realistas, desde los primeros años de nuestra vida estamos sometidos a una constante competición por ver quién consigue la nota más alta, quién es capaz de correr más rápido, o quién tiene a más chicos o chicas detrás suyo. Por duro que sea sobrellevar toda esta presión, sobre todo para los más pequeños, es cierto que el sistema social que rige nuestras vidas tiene exactamente esa forma, la de un concurso. Por ello es, como mínimo comprensible, y tal vez incluso aceptable que nos hayan educado, en gran medida, para destacar.
    Obviamente, la mayoría de la gente tiene o un único, o escasos, puntos fuertes, que pueden ir desde el deporte hasta la literatura o la física, pasando por todo lo que hay por medio. O bien puede que simplemente haya algo que se le de especialmente bien y lo disfrute al máximo. Partiendo de la base de que todo el mundo posee ese algo, esa cantidad medida de talento repartida de una u otra manera, sigue la pregunta de por qué no nos dedicamos en exclusiva a ese vértice, sino que en la mayor parte de los casos intentamos rellenar al máximo todos los aspectos posibles de nuestra vida.
    Sin embargo, en un primer momento parecería lógico que cada persona sólo se ocupara de su mayor virtud, dejando de lado lo demás. Desde un punto de vista político y económico, esta dedicación exclusiva contribuiría enormemente al desarrollo de un país, ¿no?
     Pues no. Señores, antes de nada hay que dejar claro que este último párrafo parece sacado de una dictadura extrema que solo piensa en utilizar a sus habitantes para enriquecer a los pocos que están al mando, ignorando las verdaderas necesidades de la población. Y es que un país es, prioritariamente, eso: su población. No podemos olvidar la geografía, ni la riqueza, ni la economía ni muchos otros sectores, claro está. Pero son la satisfacción personal de las personas que lo forman y su bienestar los que contribuyen al desarrollo de la "nación", en todos los ámbitos. Sin habitantes sanos y contentos, es simplemente imposible que un país pueda calificarse como próspero.
     Es ciertamente difícil combinar esta satisfacción o plenitud propia con una consagración única a cierto aspecto. Simplificando, si dividiéramos el concepto de la vida en tres partes, dejando a un lado las finanzas, podríamos partirlo en aspecto social (familia y amigos), académico (resultados convenientes, empleo deseado, intereses culturales como música, literatura, deporte...) y físico (salud, apariencia y sobre todo aceptación de la misma). Para que una persona sea completa o tenga una "runde Persönlichkeit" (personalidad redonda), como explicó el famoso Goethe en varias de sus obras, debería al menos conseguir una parte relativamente grande de los tres ingredientes de la receta. No vale con sacar una matrícula de honor y dos suspensos, más bien habría que mantenerse por encima del notable en todos ellos. Claramente, cada uno tiene la libertad de tomar sus propias decisiones y evaluar con detenimiento cuáles son sus prioridades, pero merece la pena contemplar la vida como una combinación de factores aditivos cuya suma es equivalente a nuestra felicidad.
     Y es esa deseada felicidad la que hace a un estado rico y próspero por activa y por pasiva, pues manteniendo a la población satisfecha de sí misma, entre todos lograrán forjar los motivos necesarios para estar satisfechos de la comunidad.

       

sábado, 4 de enero de 2014

La chispa perdida

    Poco a poco, el día D se acerca. Cada vez faltan menos horas para que las ilusiones y esperanzas que los más pequeños de cada familia llevan meses albergando se hagan realidad. Basta con salir a la calle y observar sus sonrisas de oreja a oreja para que nos contagien de esa inmensa alegría que no busca más razones que el sueño mismo. ¿Por qué? En verdad, la pregunta no es por qué ellos son capaces de ilusionarse de manera tan abrumadora, sino por qué a la mayoría de los que ya cuentan unas pocas primaveras más les resulta tan difícil hacerlo. 
    No hay nada más triste que una vida sin emoción, sin esperanza de que ocurra algo especial. Deberíamos ser capaces de admirar cada momento de nuestras vidas, pues si nos detenemos a contemplarlas nos daremos cuenta de lo maravillosas que son. Independientemente de los problemas que tengamos (dudo que sean pocos), las delicias del día a día los sobrepasan enormemente. Solo es necesario un amanecer mágico, el perfume de una rosa o un rico desayuno para recordarnos lo afortunados que somos de vivir, y si además podemos compartir nuestra "insignificante existencia" con nuestra media naranja o nuestro medio limón (no hay que ser tiquismiquis) estamos hablando de un sueño hecho realidad.
    Y es que necesitamos apreciar estos ínfimos placeres (los famosos "petits plaisirs de la vie" que tanto disfrutaba Amélie en la famosísima película francesa) para ser verdaderamente felices, o, aceptando que ese estado de satisfacción total no existe, al menos poder sonreír con sinceridad la mayor parte del tiempo. Necesitamos reír ante el espejo, ignorar a los que nos odian y aprender de sus críticas y amar cada detalle de nuestro día a día, intentando a la vez mejorar tanto el nuestro como el de los demás. Necesitamos reencontrar a nuestro niño perdido y dejarle darnos un par de lecciones sobre los apuntes que perdimos en el último trimestre. Necesitamos entender a Peter Pan.
   ¡Felices Reyes!