Bienvenido a mi día a día y a mi escondite. Aquí encontrarás historias, reflexiones y un poco de todo lo demás, salpicado con motas de alegría y supervivencia.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Te veo a ti

   -Te veo a ti
   Corría, saltaba, volaba por las calles de la ciudad gris. Quería huir de la fealdad de los edificios, de la tristeza de la gente y de esas cuatro palabras. Pero, por muy rápido que fuera, éstas me perseguían y me acorralaban, dejándome sin escapatoria. Se ensañaban conmigo, me torturaban y se reían de mi desesperación. Solo podía salir corriendo una vez más, intentando sin éxito refugiarme en el pasado. Aunque me esforzara por dejar atrás la verdad y volver a mis dulces memorias, incluso éstas habían cambiado y ya no eran tan felices como antes. Antes.
    Antes solo tenía que esconderme en sus brazos. Antes él me protegía de cualquier problema. Antes... Hablábamos, reíamos, nos queríamos, pero no lo suficiente. Debí haberle mostrado más cariño, haberle contado todos mis secretos y haber pasado más tiempo a su lado. No sabía que nuestro amor era caduco y nos quedaban poco por disfrutar.
    ¿Por qué no le respondí?
     Aquella tarde fue única, en su coche recién estrenado, abrazados y apartados del mundo exterior; como si el vehículo fuera una burbuja en la que solo importábamos nosotros, nuestros besos y nuestras caricias. Recuerdo que respiré profundamente y, al ver la foto que había colgado en el retrovisor, en la que salíamos nosotros dos sumergidos en un beso eternamente dulce e infinito, fui inmensamente feliz. Nadie podía sacarme de este sueño.
    - ¿Piensas en el futuro?
     Se me quedó mirando  largo rato, intentando descifrar mi pregunta, que en realidad no tenía nada de complejo. Me encantaba eso de él, que siempre le buscara los tres pies al gato, sin dejarse llevar por primeras impresiones.
    - ¿Y tú?
      Puse los ojos en blanco y le di un codazo cariñoso, picada.
    - Lo digo en serio.
    -Supongo que sí- murmuró, algo confuso, porque ya se imaginaba adonde quería yo llegar.
    - ¿Y qué ves?
   Me quedé expectante. Llevaba bastantes días deseando preguntarle eso. Ya en verano había decidido que quería pasar el resto de mi vida con él. Era mi príncipe azul y nos amábamos con locura. No había nada que pudiera arruinar un futuro juntos.
    Suavemente, se inclinó hasta mi oído y me susurro con voz dulce:
    - Te veo a ti.
   Sin poder contener más mi alegría, le besé con todas mis fuerzas, y el me respondió con aún más pasión; apretándome contra sí como nunca lo había hecho, uniéndonos el uno con el otro en una fusión perfecta.
    Divertida, salí del coche riendo, ignorando los "¿Y tu?", que gritaba desde el volante, molesto por mi repentina huída. Sin hacerle caso, volví a mi casa y me quedé hasta las tantas bailando en mi habitación con los auriculares puestos.
     Las siguientes semanas fueron un cuento de hadas; pasé cada minuto libre con él; mirándonos, ronroneando sin preocupaciones. Pensé que éste era el principio de una maravilla eterna, que nunca nos separaríamos.
    Hasta el tercer martes por la tarde, todo fue idílico: su mirada embriagadora, sus dientes separados, sus brazos fuertes, su voz deliciosa, sus complicadas adivinanzas, sus chistes ridículos... todo. No podía ser más feliz. Llegué a casa del colegio, sonriendo abiertamente y arrojé la mochila a la cama despreocupada. Me tumbé en la alfombra, cerrando los ojos y saboreando el calor que desprendía el nuevo radiador. Toc toc. Tenemos que hablar contigo. Toc toc. Pasad. 
   Y entonces lo supe. Como un hacha, la noticia me atravesó lentamente, retorciéndose dentro de mí. No quería creerlo. ¡No podía creerlo! No era verdad. No, no, no. Chillé, lloré, pataleé e intenté deshacerme de todas las formas posibles del abrazo reconfortante de mi padre. Sollocé, una y otra voz, gritando su nombre en un sonido gutural, deseando que me escuchara, que estuviera allí para ayudarme. Mi madre lloraba también, mirándome aterrorizada desde la cama. Pero ya todo daba igual.
    Ya no era yo. Cambié totalmente, olvidando que antes había sentido amor hacia otra persona, me convertí en un zombie. Solo pensaba en él, en lo que le echaba de menos, en lo que le había querido. Lloré cada noche y cada día, incapaz de concentrarme en ninguna otra cosa. No quería escapar, me merecía este suplicio. Debería haberle amado más, haberle besado más, haberle querido más... cuando podía.
    Pero por mucho que le echara de menos, no podía verle. No podía llegar hasta él. Era imposible acercarme a donde estaba ahora, por mucho que lo intentara. Tenía tanto que decir, tanto que cantar y escribir; pero no lo conseguía. Lo más doloroso era pensar que habíamos estado tan cerca de tener un futuro juntos, felices... y una curva de carretera mal señalizada nos lo había arrebatado de las manos.
      Ya ni siquiera podía refugiarme en el coche, que había quedado aún más destrozado que yo. Así que un día, sin pensarlo dos veces salí corriendo de casa y no paré hasta alcanzar el lugar donde habían enterrado su tumba. Entre respiraciones entrecortadas y sollozos de angustia me arrodillé y, por primera vez en mucho tiempo, abrí totalmente los ojos. Miré al rededor, y de nuevo fijamente a la lápida que tanto había odiado.
    -Te vi a ti.
     Me sentí liberada, y poco a poco, mi ansiedad se fue transformando en un llanto de alivio. Las lágrimas caían veloces por mis mejillas, y la pena se iba separando de mí. Me fui deshaciendo del dolor que albergaban mis entrañas, estaba más ligera, más joven, lista para vivir de nuevo. Siempre junto a él. Pero ahora sería él, su memoria la que me seguiría a donde fuera, y no yo la que se aferrara a su recuerdo como los niños a sus madres.
    Lentamente, me levanté y volví por donde había venido. Segura, libre y sin mirar atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario